Como la familia, la escuela, la comunidad y los medios de comunicación influyen en la construcción social de roles, estereotipos y prejuicios.

         Todas las sociedades se estructuran y construyen su cultura entorno a la diferencia sexual de los individuos que la conforman, la cual determina también el destino de las personas, atribuyéndoles ciertas características y significados a las acciones que unas y otros deberán desempeñar –o se espera que desempeñen–, y que se han construido socialmente.
     Los roles de género son conductas estereotipadas por la cultura, por tanto, pueden modificarse dado que son tareas o actividades que se espera realice una persona por el sexo al que pertenece. Por ejemplo, tradicionalmente se ha asignado a los hombres roles de políticos, mecánicos, jefes, etc., es decir, el rol productivo; y a las mujeres, el rol de amas de casa, maestras, enfermeras, etcétera (rol reproductivo) (INMUJERES, 2004).
     Al conocer el sexo biológico de un recién nacido, los padres, los familiares y la sociedad suelen asignarles atributos creados por expectativas prefiguradas. Si es niña, esperan que sea bonita, tierna, delicada, entre otras características; y si es niño, que sea fuerte, valiente, intrépido, seguro y hasta conquistador (Delgado et al., 1998). A las niñas se les enseña a “jugar a la comidita” o a “las muñecas”, así desde pequeñas, se les involucra en actividades domésticas que más adelante reproducirán en el hogar. De acuerdo con estas autoras, estos aprendizajes forman parte de la “educación” que deben recibir las mujeres para cumplir con las tareas que la sociedad espera de ellas en su vida adulta. En cambio, a los niños se les educa para que sean fuertes y no expresen sus sentimientos, porque “llorar es cosa de niñas”, además de prohibirles ser débiles.
     Estas son las bases sobre las que se construyen los estereotipos de género, reflejos simples de las creencias sociales y culturales sobre las actividades, los roles, rasgos, características o atributos que distinguen a las mujeres y a los hombres. Los estereotipos son concepciones preconcebidas acerca de cómo son y cómo deben comportarse las mujeres y los hombres.
     Estas creencias, sin embargo, no son elecciones conscientes que se puedan aceptar o rechazar de manera individual, sino que surgen del espacio colectivo, de la herencia familiar y de todos los ámbitos en que cada persona participe. Se trata de una construcción social que comienza a partir del nacimiento de los individuos, quienes potencian ciertas características y habilidades según su sexo e inhiben otras, de manera que quienes los rodean, les dan un trato diferenciado que se refleja en cómo se relacionan con ellos, dando lugar a la discriminación de género. No obstante, es mediante la interacción con otros medios que cada persona obtiene información nueva que la conduce a reafirmar o a replantear sus ideas de lo femenino y lo masculino.
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     Asimismo, el comportamiento de las mujeres es semejante en los cuatro grupos de edad, pues más de la mitad opinó lo mismo. Sin embargo, la proporción de las que “sí estarían dispuestas a que el hombre se dedique al cuidado de la casa y la mujer a trabajar” es mayor entre las generaciones más jóvenes. Estas cifras refuerzan nuestro argumento de que los hombres de 35 a 44 años y las mujeres de 45 y más, tienen cierta predilección por conservar los roles que les han sido asignados por su sexo a lo largo de su vida.
     En el mercado de trabajo específicamente, la segregación ocupacional por sexo significa que mujeres y hombres se distribuyen de manera diferencial en la actividad principal que ejercen. Según Guzmán, esto significa una exclusión social de las mujeres porque se ubican, en términos generales, en ocupaciones con menor estatus y condiciones de trabajo desfavorables.
     Así, las mujeres se concentran predominantemente en las ocupaciones tipificadas como femeninas y los hombres en las masculinas, vinculadas estrechamente con lo que significa ser mujer y hombre y su “quehacer” construido socialmente, es decir, no determinado biológicamente (INMUJERES, s/f). En 2006, vemos que las actividades en donde hay más segregación por género son, en orden de importancia, la industria extractiva; transportes, comunicaciones y correo, y los servicios personales; y en menor medida, en los servicios al productor y los sociales. En concordancia con lo observado en la distribución de la Población Económicamente Activa (PEA) ocupada, vemos que en el sector primario, así como en el comercio y la manufactura, existe menos segregación ocupacional, lo que demuestra que hombres y mujeres siguen empleándose en labores vinculadas con su rol e identidad de género.

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